Este año se celebran dos cumpleaños redondos de gran relevancia para la construcción de una Europa más unida. Se trata de dos iniciativas dirigidas a los jóvenes que se cuentan entre las más exitosas en esta accidentada carrera de la construcción europea. Será porque los jóvenes, con el idealismo que nos caracteriza, seguimos creyendo que Europa es posible; o será que estos dos programas nos han demostrado con creces que Europa ya existe más allá de Bruselas, y que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa.
El Interrail nació el 1 de marzo de 1972. Hace ahora 40 años que los primeros valientes se lanzaron a recorrer Europa en tren. En los inicios, estaba dirigido a menores de 21 años y tenía una oferta de países bastante más limitada que en la actualidad. Hoy en día, cualquier persona puede optar por esta modalidad de viaje sin importar la edad, aunque 4 de cada cinco son menores de 27 años (que son los que tienen la tarifa más jugosa); pero hay casi un 5% de mayores de 60 años. Yo me he cruzado en ocasiones con alguna pareja mayor haciendo el Interrail, y diríase que lo disfrutan tanto o más que los jóvenes, al igual que sucede con el Camino de Santiago, por ejemplo.
Se estima que en estas cuatro décadas, más de 8 millones de viajeros han descubierto Europa llegando a alguna de las 40.000 estaciones que participan en el programa. Cualquiera que haya llegado a Köln (Colonia) en tren y al salir de la estación se haya topado con su impresionante catedral, sabe que eso no lo iguala ningún aeropuerto. Con un Interrail conoces las ciudades, puedes viajar sin un plan fijo y decidir sobre la marcha, conoces a innumerables viajeros en los trayectos y en los albergues, todos con sus mochilas a la espalda dispuestos a recorrer alguno de los 30 países que participan en Interrail. Cuantos más países recorres, más te gusta la experiencia y más ves las semejanzas entre los ciudadanos europeos, sin importar si son del norte o del sur, este u oeste.
15 años más tarde, en 1987, se dio el pistoletazo de salida al programa más exitoso de movilidad internacional, el conocido Erasmus. En este caso, el acceso al programa es más reducido puesto que se enmarca dentro del sistema educativo universitario, por lo que su alcance es menor. No así su impacto, puesto que al tratarse de periodos de estancia largos (entre tres y nueve meses), te permiten conocer a fondo la cultura del país de destino. Y la convivencia con otros estudiantes en tu misma situación, procedentes de otros países europeos (y a menudo, del resto de continentes gracias a otros programas de intercambio), forja amistades de acero. Todo ello hace que se pueda hablar de una Generación Erasmus, un grupo de jóvenes europeos que han compartido una experiencia vital irrepetible que ha cambiado su percepción de Europa.
En la actualidad cada año más de 250.000 estudiantes se marchan a vivir esta experiencia cada año, siendo España el país que más estudiantes envía y recibe de entre los 33 que participan en el programa. La Comisión Europea, consciente de la importancia de este programa para la construcción europea, quiere aumentar su presupuesto y hacerlo más accesible, eliminando barreras económicas, de idiomas y el numero de países, así como abrirlo a jóvenes trabajadores (hoy ya se pueden hacer estancias de Erasmus-Prácticas).
Es cierto que el Erasmus sufre un cierto descrédito y es visto por ciertos sectores de la sociedad como un año perdido, como una excusa de muchos jóvenes para pasar un año de fiestas y cachondeo. No seré yo quien niegue que durante el tiempo en que un estudiante está de Erasmus, su vida social se multiplica. Pero todo ello forma parte de una experiencia necesaria. Si la estancia se redujera a lo académico, no sería ni la mitad de efectiva en su impacto para la construcción de Europa. Lo que hay que hacer es lograr un equilibrio entre las dos partes del Erasmus; y eso, aunque a algunos les cueste creerlo, se logra en la mayoría de los casos puesto que es requisito indispensable para percibir las ayudas.
Uno y otro programa se complementan y se adaptan a los nuevos tiempos. No son pocos los estudiantes Erasmus que regresan de su estancia mandando sus pertenencias por correo a casa y haciendo un Interrail por toda Europa. O aquellos que, un par de años después de regresar a sus casas, se organizan una ruta por toda Europa visitando a amigos que conocieron durante su estancia Erasmus. Las posibilidades de viajar se multiplican cuando tienes amigos en todo el continente.
El Interrail ha sobrevivido a la irrupción de las compañías aéreas de bajo coste gracias a que el tipo de viaje que ofrece es muy diferente. A un Interrail te vas preparado para un viaje largo, con muchas escalas, sin planificación previa... mientras que un vuelo low-cost sólo lo es si se compra con antelación, y por lo general se usan más para escapadas breves o para vuelos a un único destino. Y en el tren, además, te ahorras las incomodidades inherentes a los vuelos: esperas y colas, controles de seguridad, limitación de equipaje, estrechez de espacio, traslados desde el centro al aeropuerto... Además, la tendencia de muchos viajeros a reducir el impacto ambiental de sus desplazamientos supone un atractivo extra para el ferrocarril.
No se puede amar lo que no se conoce, por lo que la mejor manera de construir Europa es viajando, descubriéndola, conociendo su cultura y sus gentes... y para ello, no conozco nada mejor que estos dos programas.
¡Larga vida a Europa, al Interrail y al Erasmus!
Más información sobre Interrail
www.interrailnet.com (@InterRail) - en inglés pero muy completa
www.inter-rail.org (@inter_rail) - en español pero bastante desactualizada
web interrail Renfe (@renfe)- para comprar, ver precios, etc...
Y una página independiente con mucha información: Seat 61 (en inglés)
Y una página independiente con mucha información: Seat 61 (en inglés)
PD: para los viajeros no residentes en Europa, en lugar del Interrail tienen la opción similar del pase EuRail.
Más información de Erasmus, en tu universidad :)